domingo, 21 de diciembre de 2025

Las Tres Bestias del Apocalipsis

 


Apóstol Juan

João Cruzué

El Apocalipsis presenta tres figuras del mal en alianza —el Dragón, la Bestia que sube del mar y la Bestia que sube de la tierra (el falso profeta)— formando una parodia profana de la Trinidad. Estas figuras no son meros personajes aislados, sino expresiones articuladas del mal espiritual, político y religioso. La tradición cristiana ha leído estos textos de maneras distintas según el método teológico adoptado. A continuación se exponen, de manera continua y comparativa, las interpretaciones de Stanley M. Horton, John F. Walvoord, san Agustín y santo Tomás de Aquino, con cinco párrafos dedicados a cada Bestia.

El Dragón, en Apocalipsis 12, es comprendido por Stanley Horton como Satanás personal y real, la fuente espiritual de toda persecución y engaño. Para él, el texto no permite una lectura meramente simbólica: se trata del enemigo histórico de la Iglesia, derrotado judicialmente por la cruz, pero aún activo en el tiempo presente. Horton enfatiza que el Dragón actúa por medio de sistemas y poderes humanos, nunca de forma aislada.

John Walvoord interpreta al Dragón de manera igualmente literal, pero con un fuerte énfasis escatológico. Para él, Apocalipsis 12 describe acontecimientos objetivos ligados al fin de los tiempos, incluyendo la expulsión definitiva de Satanás de la esfera celestial y su furia concentrada contra Israel y los santos. El Dragón es un ser personal, inteligente y estratega, cuyo tiempo es corto y delimitado.

San Agustín ve al Dragón como la personificación del mal espiritual que atraviesa toda la historia. En su teología de las dos ciudades, el Dragón es el principio animador de la Ciudad de los Hombres en oposición a la Ciudad de Dios. No está restringido a un momento final, sino que actúa continuamente por medio de la soberbia, la violencia y la idolatría del poder.

Santo Tomás de Aquino, en continuidad con Agustín, entiende al Dragón como Satanás en cuanto intelecto caído, cuya acción se da primariamente en el plano moral y racional. Para Tomás, el Dragón no crea el mal, sino que lo parasita, desviando la voluntad humana de la ley natural y divina. Su actuación es real, pero siempre subordinada a la providencia de Dios.

Comparativamente, los cuatro coinciden en que el Dragón es Satanás personal; difieren, sin embargo, en cuanto al enfoque temporal. Horton y Walvoord enfatizan su actuación escatológica directa, mientras que Agustín y Tomás lo ven como un agente permanente de la historia humana. Aun así, todos afirman que su poder es limitado y ya condenado.

La Bestia que sube del mar (Apocalipsis 13:1–10) es interpretada por Stanley Horton como un sistema político anticristiano, inspirado por Satanás y manifestado en imperios y gobiernos opresores. Horton admite la posibilidad de un liderazgo personal final, pero insiste en que la Bestia ya opera históricamente siempre que el poder se absolutiza y persigue a los santos.

John Walvoord entiende esta Bestia como el Anticristo literal, un gobernante mundial futuro que ejercerá una autoridad global real. Para él, la conexión con Daniel 7 es directa e histórica, apuntando a un imperio final concreto. A diferencia de Horton, Walvoord se concentra en la figura personal que encabeza el sistema.

San Agustín rechaza la identificación primaria de la Bestia con un individuo específico. Para él, la Bestia del mar es la Civitas Terrena en su expresión máxima, el poder político que se rebela contra Dios y exige obediencia absoluta. La Roma pagana fue una figura histórica de la Bestia, pero no su realización final.

Santo Tomás de Aquino armoniza estas lecturas al afirmar que la Bestia representa el cuerpo moral del poder injusto. Admite la posibilidad de un líder final anticristiano, pero sostiene que la esencia de la Bestia está en la perversión de la finalidad de la autoridad, cuando el gobierno deja de servir al bien común y se vuelve tiránico.

En el comparativo, se percibe que Horton y Agustín privilegian la dimensión sistémica e histórica, Walvoord enfatiza la manifestación personal futura, y Tomás actúa como síntesis, integrando individuo y estructura bajo un criterio moral. Todos, sin embargo, coinciden en que la Bestia del mar representa el poder político hostil a Dios.

La Bestia que sube de la tierra, el Falso Profeta (Apocalipsis 13:11–18), es vista por Stanley Horton como un poder religioso engañador, que legitima a la primera Bestia por medio de señales y falsa espiritualidad. Horton advierte que esta Bestia se parece a un cordero, pero habla como dragón, simbolizando a líderes religiosos que mantienen apariencia de piedad mientras traicionan la verdad.

John Walvoord interpreta al Falso Profeta como un líder religioso literal y futuro, aliado directo del Anticristo. Para él, se trata de una figura histórica concreta que promoverá la adoración de la primera Bestia e impondrá la marca con consecuencias económicas reales, aunque implique una decisión consciente de lealtad.

San Agustín entiende esta Bestia como la corrupción de la religión, cuando el culto deja de señalar a Dios y pasa a servir al poder humano. La marca de la Bestia, para él, no es física, sino espiritual: está en la mente y en las obras de aquellos que se adhieren a los valores de la Ciudad de los Hombres.

Santo Tomás de Aquino sigue a Agustín al interpretar la marca como adhesión intelectual y práctica al error. Para Tomás, el Falso Profeta representa el mal uso de la razón y de la fe, cuando la religión se aparta de la verdad y se convierte en instrumento de dominación moral y social.

Comparativamente, Horton y Agustín enfatizan el engaño religioso presente, Walvoord destaca la figura futura literal, y Tomás ofrece la lectura ética que integra ambas. Los cuatro coinciden en que el mayor peligro de esta Bestia no es la violencia, sino el engaño espiritual disfrazado de piedad.

El análisis conjunto revela que, a pesar de las diferencias metodológicas, los cuatro teólogos convergen en puntos esenciales: las tres Bestias representan un mal organizado, articulado y temporal, siempre subordinado a la soberanía de Dios. Horton llama a la Iglesia al discernimiento espiritual, Walvoord a la vigilancia escatológica, Agustín a la lectura ética de la historia y Tomás al orden moral de la razón iluminada por la fe. En todos ellos, el mensaje final del Apocalipsis permanece el mismo: el Dragón, las Bestias y todo poder anticristiano serán derrotados, y el Cordero reina para siempre.

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