miércoles, 23 de abril de 2008

Dios es el Amor


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DIOS ES EL AMOR
Juan Luis Rodrigo*

Cuando acudes a Jesucristo y lo entronizas en tu corazón como Señor, se te abre una nueva dimensión en tu vida, amplia y fecunda. En este nuevo estado de existencia, puedes descubrir la maravilla del amor de Dios. En realidad, algo muy grandioso.

Al desnudar el alma delante del Señor, puedes ver con claridad tu pecado concreto, tu miseria y un montón de debilidades. Como una potente bengala que alumbrase las tenebrosas sombras de la oscuridad. Así de primeras, te cuesta aceptar que te ame como estás. Una mezcla de vergüenza y recelo te lleva a tratar de presentarte un poco limpio o bien parecido, quizá para sentir que eres algo acreedor del aprecio de Dios.

Pero aquí no valen artificios, porque él mira nuestro corazón. Todos comenzamos desde un mismo nivel: recibir el amor de Dios, del que no somos dignos. No es cuestión de malos o buenos, de mejores o peores. Todos los hombres están destituídos de merecimiento alguno. Él ama a las personas porque las quiere, como son, sin ninguna condición, para rehacerlas como fue en el origen, a imagen y semejanza suya en carácter. Sólo pide: "arrepentíos y creed".

Luego, el hombre agradará a Dios o no le agradará con sus pensamientos, palabras y hechos. Esto tendrá sus consecuencias, claro. Pero Dios siempre estará amando al hombre. No es necesario enmendarse para volver la mirada al Señor en demanda de perdón y ayuda. No se va a Dios porque uno es limpio, sino para ser limpio. Jesucristo murió en la cruz para limpiarnos y salvarnos porque nosotros no podíamos hacerlo por nosotros mismos. Hay que ir a Él como uno es, con toda la carga de la propia suciedad y desvarío, porque su amor nos acoge sin tener ninguna otra cosa en cuenta. Nunca la conducta de las personas marca o determina la manera en que Dios las está amando.

No es pues, el ejemplo de la bondad, ni las conductas intachables lo que nos levanta de la perdición, sino la fuerza del amor que se nos brinda. Cuando una persona recibe el amor de Dios en su corazón puede y debe extenderlo a su prójimo "de la misma manera", es decir, sin esperar determinadas conductas o merecimientos.

Sociedad Bíblica de España


Autor:Juan Luis Rodrigo
(del libro "Fruta Nueva", Sociedad Bíblica)

cruzue@gmail.com

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