HONDURAS - Jornal El Libertador
Obed tenia un extraordinario amor por la patria. Ahora ocupa un sitio entre los hombres y mujeres que prefirieron morir que someterse a las dictaduras.
Isis Obed Murillo Mencía supo, a sus 19 años, que la labor de los jóvenes es vital para impulsar el desarrollo de la sociedad y comprendió que las causas sociales se deben defender aún a costa de la propia vida. Obed es el sublime ejemplo del artículo 3 de la Constitución: “El pueblo tiene derecho a recurrir a la insurrección en defensa del orden constitucional”.
Santa Cruz de Guayape, Olancho. Un proyectil militar apagó una vida en la resistencia del país, el 5 de julio de 2009. Ese día, el ejército reprimió con balas y bombas lacrimógenas a los miles de hondureños reunidos en el Aeropuerto Internacional Toncontín, al sur de la capital, para recibir al Presidente Manuel Zelaya.
El mandatario, depuesto por las armas una semana antes, volvía al país tras obtener el apoyo internacional, sin embargo, el dictador Roberto Micheletti instruyó a la Dirección de Aeronáutica Civil no permitir el aterrizaje de la aeronave en que viajaba Zelaya.
Cuando la multitud vio que la nave se acercaba, corrió a apostarse en la valla de protección de la parte sur de la pista. Entonces los soldados dispararon balas reales y granadas irritantes.
Entre la gente estaba Isis Obed Murillo Mencía, de 19 años, junto a su padre, José Murillo un pastor evangélico, y tres de sus 11 hermanos. Durante las ráfagas, Isis Obed recibió un disparo de fusil M16 de los soldados. El impacto fue en la cabeza acabando con la vida del joven, ante la agobiada mirada de los manifestantes.
JOVEN EJEMPLAR
Nacido hace 19 años (el 19 de abril de 1990) en Santa Cruz de Guayape, municipio de Olancho, Isis Obed residía junto a su familia en la colonia Villeda Morales, de la capital. Amigos y familiares aseveran que fue un joven sensible al dolor ajeno y presto a colaborar cada vez que fuera necesario.
De niño encontró en el hogar los ideales en pro de las causas justas, y oponerse a la injusticia y desigual distribución de la riqueza, que reproducen el hambre en la mayoría de hondureños (de 7.5 millones total de habitantes, cinco millones transitan bajo la línea de pobreza y miseria).
Este rotativo se trasladó a Santa Cruz de Guayape, a unos 140 kilómetros al oriente de Tegucigalpa, para acompañar a la familia en el sepelio. “Era un muchacho sano, amable, luchador y carismático, siempre estuvo dispuesto a quitarse la camisa por un amigo”, recuerda entre lágrimas e impotencia Silvia Mencía, madre del joven.
Y cuestiona: “A los hijos de los ricos que andan protestando por lo ilegal los protegen, mientras que a nosotros nos agreden y lo peor es que ahora me han quitado a mi hijo”.
El muchacho era el sexto de 12 hermanos y estudiaba segundo curso de ciclo común en el instituto 21 de Febrero. Por las tardes trabajaba en la bodega de un supermercado.
Obed estaba dispuesto hacer cualquier cosa por sacar adelante a la familia, sostiene Cristian, uno de los hermanos Murillo Mencía. Con el rostro deslucido y todos los recuerdos en los ojos, comenta: “juntos construimos mi casa, que es de adobe. La pudimos hacer con los pocos lempiras que ahorré”.
Santa Cruz de Guayape, Olancho. Un proyectil militar apagó una vida en la resistencia del país, el 5 de julio de 2009. Ese día, el ejército reprimió con balas y bombas lacrimógenas a los miles de hondureños reunidos en el Aeropuerto Internacional Toncontín, al sur de la capital, para recibir al Presidente Manuel Zelaya.
El mandatario, depuesto por las armas una semana antes, volvía al país tras obtener el apoyo internacional, sin embargo, el dictador Roberto Micheletti instruyó a la Dirección de Aeronáutica Civil no permitir el aterrizaje de la aeronave en que viajaba Zelaya.
Cuando la multitud vio que la nave se acercaba, corrió a apostarse en la valla de protección de la parte sur de la pista. Entonces los soldados dispararon balas reales y granadas irritantes.
Entre la gente estaba Isis Obed Murillo Mencía, de 19 años, junto a su padre, José Murillo un pastor evangélico, y tres de sus 11 hermanos. Durante las ráfagas, Isis Obed recibió un disparo de fusil M16 de los soldados. El impacto fue en la cabeza acabando con la vida del joven, ante la agobiada mirada de los manifestantes.
JOVEN EJEMPLAR
Nacido hace 19 años (el 19 de abril de 1990) en Santa Cruz de Guayape, municipio de Olancho, Isis Obed residía junto a su familia en la colonia Villeda Morales, de la capital. Amigos y familiares aseveran que fue un joven sensible al dolor ajeno y presto a colaborar cada vez que fuera necesario.
De niño encontró en el hogar los ideales en pro de las causas justas, y oponerse a la injusticia y desigual distribución de la riqueza, que reproducen el hambre en la mayoría de hondureños (de 7.5 millones total de habitantes, cinco millones transitan bajo la línea de pobreza y miseria).
Este rotativo se trasladó a Santa Cruz de Guayape, a unos 140 kilómetros al oriente de Tegucigalpa, para acompañar a la familia en el sepelio. “Era un muchacho sano, amable, luchador y carismático, siempre estuvo dispuesto a quitarse la camisa por un amigo”, recuerda entre lágrimas e impotencia Silvia Mencía, madre del joven.
Y cuestiona: “A los hijos de los ricos que andan protestando por lo ilegal los protegen, mientras que a nosotros nos agreden y lo peor es que ahora me han quitado a mi hijo”.
El muchacho era el sexto de 12 hermanos y estudiaba segundo curso de ciclo común en el instituto 21 de Febrero. Por las tardes trabajaba en la bodega de un supermercado.
Obed estaba dispuesto hacer cualquier cosa por sacar adelante a la familia, sostiene Cristian, uno de los hermanos Murillo Mencía. Con el rostro deslucido y todos los recuerdos en los ojos, comenta: “juntos construimos mi casa, que es de adobe. La pudimos hacer con los pocos lempiras que ahorré”.
LA CAUSA LO LLAMÓ
El domingo 5 de julio, Isis Obed se levantó temprano para ir junto a su familia a la Universidad Pedagógica Nacional “Francisco Morazán” y, de ahí, partir con miles de compatriotas hacia Toncontín, donde aguardarían por el Presidente Zelaya y, con él, por la esperanza de crear una Constitución de la República acorde a la realidad del país.
Con el paso de las horas, aumentaba la ansiedad por el retorno del mandatario que se acercó al pueblo, con el que Obed se sentía identificado. Lo que el joven quizá nunca imaginó, es que una bala de los golpistas le quitaría la vida. Es una lástima, pero la historia confirma que las batallas de los pueblos por librarse de los opresores han sido escritas con sangre.
Familiares y amigos reclaman justicia, ya sea divina o terrenal, para que este crimen no quede impune. El llamado es para la comunidad internacional, porque el golpe de Estado sólo ratifica que el comisionado de Derechos Humanos, Ramón Custodio López, el pleno de la Corte Suprema de Justicia y el Fiscal General y Adjunto, Luis Ávila Rubí y Roy Urtecho de forma respectiva, se han plegado a los intereses de la gran empresa.
Al ofrendar la vida, Obed dio ejemplo de amor a la Patria, ese del que hablaban los abuelos y por el que murieron los independentistas, para legar a las generaciones venideras un país donde vivir y morir con dignidad.
Fuente: Jornal El libertador.
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1 comentario:
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Os que abraçam a causa do evangelho são perseguidos e muitas vezes ocorre perdas irreparáveis ao vivenciar humano, sofremos e somos afligidos, porem temos uma certeza e esperança Cristo estara conosco até a consumação dos séculos.
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