sábado, 24 de noviembre de 2007

Los espías de Canaán

Sermón de Charles Haddon Spurgeon

Los 12 espías de Canaán

"Y hablaron mal entre los hijos de Israel, de la tierra que habían reconocido, diciendo: La tierra por donde pasamos para reconocerla, es tierra que traga a sus moradores; y todo el pueblo que vimos en medio de ella son hombres de grande estatura."Números -- 13: 32.

"Y Josué hijo de Nun y Caleb hijo de Jefone, que eran de los que habían reconocido la tierra, rompieron sus vestidos, y hablaron a toda la congregación de los hijos de Israel, diciendo: La tierra por donde pasamos para reconocerla, es tierra en gran manera buena." Números -- 14: 6, 7.

o.o.o
Charles Haddon Spurgeon

La incredulidad de los hijos de Israel los impulsó a enviar espías a la tierra de Canaán. Dios les había dicho que era una buena tierra, y Él había prometido expulsar de allí a todos sus enemigos; por tanto, ellos debieron haber marchado adelante con la confianza de que poseerían la herencia prometida. En vez de esto, ellos envían a doce príncipes para que espíen la tierra, y "oh, cuán terrible la naturaleza humana," diez de éstos fueron infieles, y sólo dos fueron fieles al Señor. Lean otra vez la narración, y observen el efecto nocivo, y la santa valentía de los espías fieles.

Ahora tengo que utilizar una parábola. La tierra de Canaán es una figura de la religión; no creo que se haya pretendido jamás que fuera una figura del cielo, pues no hay cananeos en el cielo; ciertamente en el cielo no hay hijos de Anac, no hay gigantes que tengan que ser expulsados, no hay ciudades amuralladas y no hay reyes que poseen carros de hierro. Sin embargo, Canaán es un cuadro muy excelente de la religión. Los hijos de Israel deben figurar esta mañana como los representantes de la gran masa de la humanidad.

La mayoría de los hombres nunca prueban por sí mismos lo que es la religión; no investigan nuestros libros sagrados, ni saborean ni prueban nuestra religión. Pero esto es lo que hacen: ellos consideran a quienes hacen una profesión de religión como espías que han entrado en la tierra, y ven nuestro carácter y nuestra conducta como el mensaje que traemos cuando regresamos. El hombre impío no lee su Biblia para descubrir si la religión de Cristo es santa y bella; no, sino que él lee la Biblia viviente (la iglesia de Cristo) y si la iglesia es inconsistente, él condena a la Biblia, aunque la Biblia no es responsable por los pecados de aquellos que profesan creer en ella.

Por supuesto que los hombres impíos no hacen una prueba del amor de Cristo por medio del arrepentimiento y la fe; no establecen un pacto con el Señor Jesús, pues de lo contrario pronto descubrirían que es una buena tierra que fluye leche y miel; pero en vez de esto, se quedan quietos diciendo: "esperemos y veamos qué testimonio dan estos cristianos. ¿Encuentran ellos que se trata de algo feliz? ¿Les sirve de socorro en la hora de la prueba? ¿Los consuela en medio de sus aflicciones? Y si encuentran que nuestro reporte es sombrío y profano, dan la vuelta y dicen: "No es una buena tierra; nosotros no entraremos, pues sus dificultades son muy grandes, y sus gozos son muy escasos."

Amados hermanos y amigos, para expresar mi parábola en los términos más sencillos posibles, estoy a punto de convertir a cada hombre cristiano y a cada mujer cristiana aquí presentes en espías que han entrado en la buena tierra de la religión, quienes por su conducta y por su conversación traen reportes de esta buena tierra, buenos o malos, reportes que mueven al mundo a murmurar de la religión y a despreciarla, o que por lo contrario inspiran al mundo con un santo temor de la bondad de esa tierra, y lo hacen anhelar una porción de la misma.

Pero voy a comenzar con una palabra de advertencia. En primer lugar voy a hacer la observación que los hombres del mundo no pueden ser excusados por su insensatez al confiar en los simples reportes de otras personas. Luego, en segundo lugar, voy a tratar de describir a los malos reporteros, los malos espías que están en el campamento; después mencionaremos a algunos buenos espías, que traen un buen reporte de la tierra; y, para concluir, presentaremos unas pocas razones de mucho peso para los hombres cristianos, por qué deben actuar como Caleb y Josué, y traer un buen reporte de la tierra.

I. En primer lugar, entonces, EL MUNDO IMPÍO NO DEBE SER EXCUSADO por eso, aunque debemos admitir que es un asunto muy natural, es decir, que EN VEZ DE INVESTIGAR LA RELIGIÓN POR ELLOS MISMOS, USUALMENTE CONFÍAN EN LA DECLARACIÓN HECHA POR OTROS.

El hombre mundano mira al cristiano para ver si su religión está llena de gozo. "Por esto," dice, "voy a saber si hay algo en la religión que puede hacer feliz al hombre. Si yo veo al que profesa la religión con un rostro feliz, entonces puedo creer que es algo bueno." ¡Pero escucha con atención, amigo! ¿Tienes algún derecho para someter a la religión a esa prueba? ¿No debemos creer que Dios es verdadero, aún antes de que lo hayamos comprobado? Y ¿acaso no ha declarado Él mismo: "Bienaventurado el hombre a quien Jehová no culpa de iniquidad, y en cuyo espíritu no hay engaño?" ¿Acaso la propia Escritura no declara que la piedad para todo aprovecha, no sólo para esta vida presente, sino para la vida venidera; que tiene la bendición de dos mundos, la bendición de este mundo bajo el cielo y de aquel otro mundo que está sobre las estrellas?

Si tomaras la Biblia y la leyeras, ¿acaso no aprenderías de ella que en todas partes se le manda al cristiano que esté gozoso, porque es hermoso para él? "Alegraos en Jehová y gozaos, justos; y cantad con júbilo todos vosotros los rectos de corazón." "Estad siempre gozosos." "Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!" Recuerda que no tienes derecho de poner a ninguna prueba que no sea tu propia experiencia, el gozo de la religión, pues estás obligado a creer a Dios en Su palabra desnuda. No puedes quedarte paralizado hasta que veas que es verdad. Es tu obligación creer a tu Hacedor cuando Él declara que los caminos de la religión son agradables y todos sus senderos son de paz.

De la misma manera, tú dices que pondrás a prueba la santidad de la religión de Cristo por la santidad del pueblo de Cristo. Yo respondo que no tienes derecho a sugerir una prueba como esa. La prueba adecuada a la que debes recurrir es probarla por ti mismo: "Gustad y ved que es bueno Jehová." Al gustar y ver, podrás comprobar su bondad, y por el mismo proceso debes comprobar la santidad de Su Evangelio. En lo que debes ocuparte es en buscar a Cristo crucificado por ti mismo, sin aceptar la declaración de otro hombre, relativa al poder de la gracia para someter a la corrupción y para santificar al corazón. Tu obligación es que entres tú mismo en los valles y cortes las uvas; que tú mismo subas por sus colinas y veas a sus habitantes. En la medida que Dios te ha dado una Biblia, Él quiere que la leas, y que no te contentes con leer a los hombres.

Allí está Su Espíritu Santo; tú no debes quedarte satisfecho con los sentimientos que surgen por medio de la conversación con otras personas. Tu único poder para conocer a la verdadera religión es dejar que el Espíritu obre en tu propio corazón, para que tú puedas saber por ti mismo cuál es el poder de la religión. No tienes derecho a juzgar a la religión desde cualquier perspectiva que esté afuera o que sea externa a ella misma. Y si tú la desprecias antes de haberla experimentado por ti mismo, debes ser considerado como un insensato en este mundo, y como un criminal en el mundo venidero. Y sin embargo esto es válido para la mayoría de los hombres. Si escuchas que un hombre injuria a la Biblia usualmente puedes concluir que jamás la ha leído. Y si oyes a un hombre hablar en contra de la religión, puedes estar absolutamente seguro que nunca ha entendido lo que es la religión.

La verdadera religión, una vez que toma posesión del corazón, nunca permite que el hombre contienda con ella. Si alguien conoce algo de Cristo, esa persona llamará a Cristo su mejor amigo. Hemos conocido a muchos que han despreciado los gozos de este mundo, pero nunca hemos conocido a alguien que se apartó de la religión con disgusto o empacho, después de haberla gozado una vez. No, recuerden, queridos lectores, que si ustedes toman su religión de otras personas, y son guiados por el ejemplo de los que profesan desechar la religión, ustedes son, a pesar de eso, culpables de su propia sangre. Pues Dios no los ha dejado para que se guíen por el incierto mapa de los caracteres de los hombres; Él les ha dado Su propia Palabra; una Palabra y un testimonio totalmente verdaderos, que harán bien en escuchar.

Será en vano que digas en el día del juicio "Fulano de Tal era muy inconsistente, por eso yo desprecié la religión." Se descubrirá que tu excusa es vana, pues tú tendrás que confesar que, en todos los demás asuntos, tú no te guiaste por la opinión de otros hombres. En los negocios, en los cuidados de esta vida, tú eres lo suficientemente independiente; en tus opiniones políticas tú no pegaste el alfiler de tu fe en el saco de ningún hombre; y por lo tanto, se dirá de ti al final, que tú tuviste la suficiente independencia mental para establecer tu propio curso, aun en contra del ejemplo de otros, en los negocios, en la política, y en todas las otras cosas semejantes; ciertamente tú tenías suficiente vigor mental, si hubieras querido hacerlo, para mantenerte firme a pesar de las inconsistencias de los que profesaban, y para haber investigado por ti mismo.

Aunque toda la iglesia de Cristo fuera inconsistente, mientras haya una Biblia sobre la tierra, no tendrías ninguna excusa que te pueda defender en el día del juicio; pues Cristo no fue inconsistente, y no se te pide que sigas a los seguidores de Cristo. Se te pide que sigas al propio Cristo. Mientras no puedas encontrar un defecto en Su carácter, un error en Su conducta, no tienes ningún derecho de achacar la inconsistencia de Sus seguidores al propio Cristo, ni tienes ningún derecho de alejarte de Él porque Sus discípulos lo han abandonado y huyen. Ellos tendrán que rendir cuentas al propio Señor; ellos deben llevar su propia carga, y tú debes llevar la tuya también. "Porque cada uno llevará su propia carga," dice la Escritura, "Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o malo." Tú no tendrás que rendir cuentas por los pecados de otros, sino sólo por tus propios pecados; y si otro hombre ha traído vituperios sobre Cristo por su pecado, eso no te servirá de excusa si tú no sigues enteramente a Cristo, en medio de una generación perversa.

II. Con lo anterior como advertencia y aviso de precaución, voy a presentar ahora A LOS MALOS ESPIAS. Yo hubiera deseado que los hombres mencionados en el texto, hubieran sido los únicos espías que trajeran un mal reporte: hubiera sido un grandioso acto de misericordia si la peste que los mató hubiera aniquilado a todas las demás personas de ese tipo; pero ¡ay! me temo que esa raza nunca estará extinta, y mientras el mundo sea mundo, habrá personas que profesan la fe pero que traerán un mal reporte de la tierra.

Pero ahora permítanme presentar a los malos espías. Recuerden, estos espías deben ser juzgados, no por lo que dicen, sino por lo que hacen; pues para alguien del mundo, las palabras no son nada; los hechos son los que cuentan. Los reportes que traemos de nuestra religión no son los reportes del púlpito, no son los reportes que pronunciamos con nuestros labios, sino el reporte de nuestra vida diaria, lo que hablamos en nuestras propias casas, y lo que hacemos en los negocios diarios de nuestra vida.

Bueno, primero, presento a un hombre que trae un mal reporte de la tierra, y ustedes se darán cuenta de inmediato que lo hace así, porque posee un espíritu apagado y pesado. Si él predica, utiliza este texto: "Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios." De alguna forma u otra, nunca menciona al pueblo de Dios sin llamarlos los atribulados hijos de Dios. En cuanto al gozo en el Señor, lo mira siempre con sospecha. "Señor, ¡qué tierra tan desventurada es esta!" es la poesía más elevada para él. Él siempre podría cantar eso. Él siempre se encuentra en lo hondo del valle, donde ronda la neblina: nunca se remonta a la cumbre de la montaña, para estar por encima de las tempestades de esta vida. Él era una persona abatida aun antes de hacer una profesión de religión; desde entonces se ha puesto todavía más triste. Véanlo en su propia casa. Pregunten a sus hijos qué piensan de la religión de su padre; ellos dicen que desearían que su padre fuera cualquier otra cosa excepto una persona religiosa. "Nuestro padre no nos permite reír," dicen; "el día domingo cierra todas las cortinas; ese día trata de que nos sintamos miserables y que estemos en tinieblas en la medida de lo posible; él piensa que es su responsabilidad, siendo un estricto observante del domingo, hacer que ese día sea precisamente el día de mayor servidumbre de la semana."

Pregunten a su esposa qué piensa acerca de la religión: ella dice, "no sé mucho acerca de eso, pero me gustaría que mi esposo fuera un poquito más alegre." "Vamos, pero ¿acaso es su religión lo que lo hace sentirse miserable?" "Yo no sé que sea," responde ella, "pero sé que mientras más miserable se siente, generalmente se vuelve más religioso." Escúchenlo mientras ora: cuando está de rodillas presenta una larga lista de sus tribulaciones y de sus problemas; sin embargo nunca dice al final, "más son los que están con nosotros que los que están con ellos." Usualmente mora en el valle de Baca, y llora tanto que el valle se convierte en un pozo. Nunca dice, "Irán de poder en poder; verán a Dios en Sión." No, se trata solamente de la parte negra de la historia. Si quieren ver a este hermano en su perfección, deben verlo cuando está hablando con un joven converso. El joven se encuentra lleno de gozo y alegría, pues ha encontrado al Salvador, y, como un joven pájaro que ha comenzado a volar, se deleita revoloteando por todos lados bajo el sol, y canta muy contento gozando su nueva fe. "¡Ah!" dice el viejo cristiano, "el buey negro no ha machucado todavía los dedos de tus pies; vas a tener más problemas de los que te imaginas."

El viejo señor Temeroso era mi amigo: ¿han oído alguna vez lo que le dijo a Cristiano, cuando lo encontró en el camino? Les voy a decir lo mismo. "¡Los leones! ¡Los leones! ¡Los leones!" grita; nunca dice "los leones están encadenados." ¡Los gigantes! ¡Los gigantes! ¡Los gigantes!" exclama. Nunca dice, "En su brazo llevará los corderos, y en su seno los llevará; pastoreará suavemente a las recién paridas." Siempre toma el lado lúgubre del asunto, trayendo un mal reporte de la tierra.

Y, saben ustedes que algunas de estas personas se sienten tan orgullosas de hablar mal de la tierra, que llegan a formar un pequeño nudo, y no pueden escuchar a ningún predicador que no tenga una cara larga en extremo y a menos que haya estudiado detenidamente el diccionario para encontrar las palabras más tristes, y a menos que no sea obvio que ayuna, al igual que los fariseos de otros tiempos. Pero yo no dudo en afirmar que estos hombres son espías malvados. Lejos esté de nosotros enmascarar la gran realidad que la religión no implica tribulación y que el cristiano al igual que cualquier otra persona, debe esperar tener problemas en este mundo, pues los problemas son tan naturales para el hombre como las chispas vuelan hacia arriba; pero así como Dios es verdadero así también es falso que la religión hace a los hombres miserables. Tan cierto como que Dios es bueno así de cierto es que Su religión es buena; y así como Dios es bueno para todos, y Sus tiernas misericordias están sobre todas Sus obras, la religión es una atmósfera en la que juegan esas tiernas misericordias, y el océano en que nada Su misericordia.

Oh, vamos, ustedes tristes profesantes, llévense esas nubes de tormenta, y ciñan unos cuantos arcos iris en sus frentes. Vamos, unjan sus cabezas y laven sus rostros, para que no sea evidente a los demás que ustedes ayunan; bajen esas arpas de los sauces; tómenlas, y prueben si sus dedos que no están acostumbrados, pueden darles vida con melodías. Y si no lo hacen, si no pueden hacerlo, permítanme darles mi testimonio.

Yo puedo afirmar, en relación a la religión de Cristo, que si yo tuviera que morir como un perro, y no tuviera ninguna esperanza de inmortalidad, si yo quisiera tener una vida feliz, entonces solicitaría que me dejen servir a mi Dios con todo mi corazón; que se me permita ser un seguidor de Jesús, y andar en Sus pasos; pues nunca se dijo una mayor verdad que lo que dijo Salomón: "Sus caminos son caminos deleitosos, y todas sus veredas paz."

Es una tierra que fluye leche y miel; hay racimos, inclusive caídos en la tierra que son tan pesados que un solo hombre no puede cargarlos; hay frutas que son tan deliciosas que los labios del ángel no han sido endulzados nunca con un vino más exquisito. Hay gozos tan hermosos reservados para ese lugar que aun los bocadillos más deliciosos y el vino perfumado del Paraíso, escasamente pueden sobrepasar la dulzura de la satisfacción que se puede encontrar en los banquetes de la tierra del Señor.

Sin embargo, es posible que este pobre hombre que acabo de despedir deba ser compadecido. No así nuestra siguiente persona, quien es verdaderamente un bribón. ¡Véanlo! Se presenta con el rostro de la mansedumbre, haciendo una gran profesión de su religión. ¡Cómo canta los himnos! Cuando se pone de pie para orar, con qué calidad espiritual de voz ora. ¡No hay absolutamente nada carnal en su voz! Es un gran líder en medio del pueblo cristiano. Puede predicar sermones muy largos. Puede hacer rápidas disecciones de las doctrinas. No hay algún punto metafísico en toda nuestra teología que él no pueda entender.

"Él puede dividir un cabello,
Y distinguir cada uno de sus cuatro costados"

Según su propia opinión, su entendimiento es infinito; y tiene arrogantes pretensiones de ser piadoso. Cuando lo ven con su buen carácter en la capilla o en cualquier otra parte, todo el mundo dice, "¡Qué hombre tan bueno es él!" Veámosle en su trabajo. Nunca jura, pero sí miente. No roba descaradamente, pero sí engaña. No maldice a nadie en su cara, pero se atreve a hacer cosas peores: habla mal de la gente a sus espaldas. ¡Obsérvenlo! Si encuentra a un borracho en la calle le llama fuertemente la atención y le predica de manera altanera en contra del pecado de intoxicación, pero él mismo casi siempre está tan borracho que con dificultad sube las escaleras de su casa para llegar a su cama; sólo que eso lo hace a escondidas, sin que nadie lo vea, y se le considera un honorable miembro de la sociedad.

¿Ustedes conocen a alguien así? Espero que no; pero yo sí me he encontrado con ellos. Hay una buena reserva de esos individuos que viven todavía; hombres que hacen grandes profesiones de fe, y sus vidas son todo lo contrario de las profesiones que hacen, de la misma manera que el infierno se contrapone al cielo. Entonces, ¿qué opina el mundo de la religión cuando ve a estas personas? De inmediato dicen: "Bien, si esto es la religión, no queremos saber nada ella." El hombre de negocios dice: "Yo no podría hacer lo que Fulano de Tal hace; es cierto que no conozco los cantos de su himnario, pero no podría llevar su contabilidad."

Hemos conocido a muchas personas que dicen: "Yo no podría orar con oraciones tan largas como las hace Fulano de Tal, y no podría tampoco hacer mis facturas de la manera deshonesta que él las hace." Nos hemos encontrado con hombres del mundo que son mucho más honestos como comerciantes y como profesionales que algunas personas que hacen una profesión de religión. Y por otra parte hemos conocido a algunos hombres que han hecho la mayor profesión de fe, y que se entregan a todo tipo de males. El destino de esos hombres será terrible, ya que de tal manera arruina las almas de otros hombres, trayendo un mal reporte de la tierra.

¡Oh! Pero yo les suplico, amados lectores, si alguno de ustedes ha visto a tales profesantes, que los justos como Josué y Caleb salgan al frente hoy; que la iglesia rasgue sus vestiduras ante ustedes, al tiempo que les implora que no crean los reportes engañosos y llenos de calumnias de tales hombres. Pues, ciertamente, la religión es santa; como Cristo es santo, también Su pueblo desea ser santo. Y la gracia de Dios que trae salvación es pura y llena de paz; genera en los hombres cosas que son santas y de buen testimonio, cosas que engrandecen a Dios, y que hacen que la naturaleza humana se presente gloriosa.

Pero casi ni tengo que mencionarles que, en su propio círculo ustedes se han encontrado con hipócritas, pero también con hombres de quienes no pueden tener ninguna duda. Sí, algunas veces ustedes han visto, en medio de las malas compañías, a un hombre que parecía un ángel; ustedes han sentido lo que Satanás sintió cuando Abdiel, el fiel entre los infieles, salió al frente, y no quiso rebelarse contra su Dios.

"El diablo estaba avergonzado,
y sintió cuán terrible era la bondad."

Por lo tanto, yo les suplico que no crean en el perverso reporte del hipócrita ni del hombre malvado.

Además hay una tercera clase de personas que profesan la religión pero que traen un reporte negativo acerca de la tierra. Y yo me temo que esto nos afectará a todos; en alguna medida todos debemos reconocernos culpables de esto. El hombre cristiano, aunque se esfuerce consistentemente en caminar de conformidad con la ley de Cristo, todavía encuentra otra ley en sus miembros que está en guerra contra la ley de su mente, y en consecuencia hay momentos en los que su testimonio no es consistente. Algunas veces este testimonio es: "El Evangelio es santo" pues él mismo es santo. Pero, ¡ay!, aun en los mejores hombres, hay momentos en los que nuestro testimonio contradice a nuestra fe.

Cuando vean a un cristiano que está enojado (y tal cosa puede verse), y cuando se encuentren con un cristiano que es orgulloso, (y tal cosa ciertamente ha sucedido), y cuando sorprendan a un cristiano cometiendo una falta, como puede ocurrir a veces, entonces su testimonio no es consistente. El está contradiciendo por medio de sus actos, en ese momento, lo que en otras ocasiones ha declarado.

Y en esto, lo repito, me temo que todos nosotros debemos confesarnos culpables. Algunas veces, por medio de nuestras acciones, hemos introducido palabras que parecen estar en conflicto con el testimonio general de nuestras vidas. ¡Oh! Hermanos y hermanas, no crean todo lo que ven en nosotros; y si algunas veces ven a un cristiano que es infiel en una expresión errónea o ligera, no lo achaquen a nuestra religión, sino que hay que inculpar a nuestra pobre humanidad caída. Si a veces ustedes nos sorprenden cuando somos dominados por una falla, y confío que sea muy raramente que ustedes nos vean así, critíquennos a nosotros, pero no hablen mal de nuestro Señor: digan lo que quieran en lo relativo a nosotros, pero les suplicamos que no se lo imputen a nuestra religión, pues los santos todavía son pecadores, y los hombres más santos todavía tienen que decir: "Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores."

Pero les suplicamos que, cuando la locura del pecado nos engañe, no crean en los gruñidos de nuestra locura, sino miren el testimonio general de nuestras vidas, y, eso esperamos, encontrarán que es consistente con el Evangelio de Cristo. Yo podría soportar ser vilipendiado, pero no me gustaría que mi Señor fuera vilipendiado. Yo preferiría que se creyera que no soy cristiano del todo, que permitir que alguien diga que cualquiera de las fallas que tengo fueron causadas por mi religión. No, Cristo es santo; el Evangelio es puro y sin mancha. Si en algún momento damos la impresión de contradecir ese testimonio, no nos crean, se los suplico, sino que analicen el asunto ustedes mismos, pues ciertamente es una buena tierra, una tierra que fluye leche y miel.

III. Así hemos considerado a los espías perversos que traen un mal reporte; y ahora, gracias a Dios, veremos también a algunos buenos espías. Pero dejaremos que hablen ellos. Vengan ustedes, Josué y Caleb, necesitamos su testimonio: aunque ustedes ya están muertos y han partido, han dejado atrás algunos hijos; y ellos, todavía dolidos como lo estuvieron ustedes por el malvado reporte, rompen sus vestidos, pero sostienen con firmeza que la tierra que han recorrido es en extremo una buena tierra.

Uno de los mejores espías que he conocido jamás es un cristiano entrado en años. Recuerdo haberlo escuchado exponiendo lo que él pensaba de la religión. Se trataba de un viejo ciego, que por veinte años no había visto la luz del sol. Sus cabellos grises estaban suspendidos sobre su frente y flotaban sobre sus hombros. Se puso de pie en la cena del Señor y se dirigió a nosotros de esta manera: "Hermanos y hermanas, muy pronto me iré de aquí; dentro de unos pocos meses estaré recogido en mi cama y seré reunido con mis padres. No tengo la lengua de una persona educada, ni la mente de una persona elocuente, pero antes de irme deseo dar un testimonio público a favor de mi Dios. Le he servido durante cincuenta y seis anos y Él nunca me ha sido infiel. Puedo decir: 'Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y no ha faltado una palabra de todas las buenas palabras que Jehová vuestro Dios ha dicho.'" Y allí estaba ese viejo, balanceándose hacia su tumba, privado naturalmente de la luz del sol, y sin embargo poseyendo la luz del cielo que brillaba en su alma en un mejor sentido; y aunque no podía vernos, sin embargo se volteó hacia nosotros y pareció decir, "Jovencitos, confíen en Dios desde temprano en sus vidas, pues yo nunca he lamentado que lo busqué desde muy temprano. Sólo tengo que lamentar que tantos años de mi vida se fueron a la basura." No hay nada que fortalezca tanto la fe del joven creyente que el escuchar al veterano cristiano, cubierto con las heridas de la batalla, dando testimonio que el servicio de su Señor es un servicio feliz, y que si él hubiera podido servir a cualquier otro señor, no lo hubiera hecho, pues Su servicio fue agradable y Su salario el gozo eterno.

Tomen el testimonio del que sufre. "He allí esa frágil forma de delicada belleza transparente, cuyos ojos azules y su mejilla encendida están junto a la pira funeraria del declive, toda decaída yace, como un lirio cargado de rocío, sus cabellos dorados, temerariamente abundantes, húmedos con una humedad malsana." La he visto cuando sus ojos estaban hundidos, cuando difícilmente podía ser levantada de la cama, cuando el cuerpo estaba cansado de la vida; y la he visto también muy complacida, cuando sacó su Biblia de debajo de la almohada para leer: "Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento. Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores." Yo me he sentado y le he hablado, y le he dicho: "Bien, has estado en este triste lugar todos estos meses. ¿Encuentras ahora que la religión te alegra?" "Oh, señor," ha dicho ella, "¿qué haría yo sin ella? No puedo abandonar esta cama; pero ha sido para mí un lecho de gozo, donde Cristo ha preparado un banquete. Él ha hecho mi cama durante toda mi enfermedad; Él ha puesto Su mano izquierda bajo mi cabeza, y Su diestra me ha abrazado; El me ha dado gozo en mis tristezas, y me ha preparado para enfrentarme a la muerte con un rostro calmo y resuelto." Un caso así da un buen testimonio del Señor. Al igual que el reporte del santo de cabello cano, es un excelente reporte de esta buena tierra.

Pero no necesitamos mirar a las camas de los enfermos ni a las cabezas grises como si fueran los únicos testigos. Conocemos a un comerciante cristiano; él esta inmerso en los cuidados de esta vida, y sin embargo siempre encuentra tiempo para prepararse para el mundo venidero. Él está tan activo en los negocios como cualquier otro hombre de la ciudad, y sin embargo nunca se descuida la oración en familia. Y tal vez podrán encontrarlo en el cargo de un magistrado civil (como en efecto ha sido el caso) y sin embargo aun en los días en que hay banquete, él se levanta de su silla, para que la adoración familiar pueda ser observada en su casa. Es sabido en el mundo de los negocios que él está siempre dispuesto a ayudar a los pequeños empresarios. Le gustan las inversiones seguras, como a la mayoría de las personas; pero a veces está dispuesto a correr riesgos para ayudar a un hombre que se viene levantando en su negocio. Cuando tratas con él, te das cuenta que es un hombre de negocios muy capaz, que no se le puede engañar; pero al mismo tiempo verás que es un hombre que no se va a aprovechar de ti. Puedes confiar en él. Cualquiera que sea la transacción, no tienes que revisar la factura, si él ha estado involucrado en esa transacción. No se va a encontrar ningún error allí; o si acaso hay algún error, será palpablemente un error y aceptado de inmediato con la mayor pena posible, pues él es correcto en sus tratos.

Alguna vez ha surgido una infeliz crisis en su caso, y cuando los negocios estaban sufriendo, y los casos de bancarrota han sido tan abundantes como las hojas de los árboles, él no estaba ni turbado ni abatido como los demás, pues su confianza descansaba en su Dios, y su seguridad estaba en el Dios de Jacob. Él tenía alguna ansiedad, pero tenía mucha más fe; y cuando la prosperidad regresó, él dedicó parte de sus riquezas al Señor, no de una manera ruidosa, para evitar que apareciera en algún reporte que Fulano de Tal dio cien mil pesos anuales a una sociedad, sino que él daba quinientos mil pesos sin que nadie lo supiera.

Los hombres comentaban acerca de él en el mundo de la banca y en los mercados financieros, diciendo: "Si hay un cristiano, es ese hombre." Cuando lo veían, decían: "Debe haber algo en la religión. Lo hemos observado; nunca hemos encontrado nada indebido en él. Siempre le hemos visto el mismo carácter correcto, temeroso de Dios, pero sin temer a ningún hombre." Un hombre así trae un buen reporte de la tierra.

Yo puedo predicar aquí domingo tras domingo, y cada día de la semana en algún otro lugar, pero no puedo predicar de una manera tan poderosa como ustedes pueden hacerlo, al predicar al mundo a través de sus acciones. Ah! Ni puedo predicar tan bien como quienes son servidores, quienes por sus santas acciones en medio de la tribulación y de las dificultades tienen una oportunidad de mostrar lo que la gracia puede obrar en el corazón. Esos son buenos espías que traen un buen reporte de la tierra.

Y, hermanas mías, permítanme decirles una palabra. Es posible que ustedes también traigan un buen reporte; no olvidando sus casas para asistir a reuniones de grupos de caridad. Está bien que se asista a esas reuniones. Se debe dar gracias a Dios por esos grupos, pues se cuentan entre las mejores instituciones de nuestros tiempos. Pero he conocido a ciertas mujeres que hubieran ocupado mucho mejor su tiempo barriendo la sala de su casa y supervisando a sus sirvientas en la limpieza de la vajilla, que saliendo a visitar a los enfermos de casa en casa; pues su casa se ha convertido en un caos, y sus familias han entrado en el desorden, porque la esposa, como una mujer insensata, estaba permitiendo que todo se derrumbara en su casa, mientras estaba intentando hacer el bien fuera de ella.

Hemos conocido a muchas verdaderas hermanas de la caridad, que ciertamente son benditas entre las mujeres, y Dios las bendecirá en abundancia. Hemos conocido a otras que muy raramente salen a visitar a los enfermos, pero están en casa poniendo en orden su hogar. Hemos conocido a un esposo impío que es convertido por una esposa piadosa. Recuerdo haber escuchado el caso de un hombre que tenía una esposa de tan excelente disposición que, a pesar de que él era un alegre hombre del mundo, solía presumir en la compañía de sus alegres amigos que él tenía la mejor esposa del mundo. "No puedes lograr que pierda su compostura. Yo regreso a casa tarde en la noche, en cualquier estado, pero ella siempre me recibe mansamente, y me da vergüenza de mi mismo cada vez que la veo, pues su santidad me reprende. Pueden ponerla a prueba de cualquier manera, siempre encontrarán que es la mejor de las mujeres." "Bien," dijeron ellos, "vamos todos a cenar a tu casa esta noche." Así lo hicieron. Muy pronto estaban en la casa. Ella no hizo ninguna sugerencia de que no había nada en la casa, aunque había muy poco; sino que ella y su sirvienta se pusieron a cocinar con muchas ganas, a pesar que ya eran pasadas las doce de la noche, y muy pronto tenían preparada la cena, y atendió a los invitados con toda la gracia de una duquesa, dando muestras de que estaba tan contenta de verlos como si hubieran sido sus amigos que llegaron en el momento más oportuno. Los amigos comentaron por qué fue que habían venido, y le preguntaron cómo era que ella podía soportarlo todo tan pacientemente. Ella dijo: "Dios me ha dado un esposo; yo no era una convertida antes de mi matrimonio; pero desde que fui convertida, mi principal esfuerzo ha sido llevar a mi marido al conocimiento de Jesús; y estoy segura," dijo, "que nunca será llevado a ese punto excepto por medio de la bondad."

Su esposo, por estas palabras, después que el grupo se hubo marchado, confesó cuán erróneamente había actuado con ella; su corazón fue tocado; el siguiente domingo fue a la iglesia con ella, y se convirtieron en una feliz pareja, gozándose en el Señor Jesucristo con todo su corazón. Ella fue una buena espía, y trajo un buen reporte de la tierra. No tengo la menor duda que hay muchas mujeres cuyos nombres nunca serán escuchados en la tierra, pero que recibirán una alabanza de su Señor al final, "Esta ha hecho lo que podía;" y cuando han hecho lo que pueden por Cristo, por medio de una mansedumbre santa, paciente, tranquila, ustedes son buenos espías; ustedes han traído un buen reporte de la tierra.

Y ustedes sirvientes, ustedes pueden hacer lo mismo. Una sirvienta religiosa debe ser la mejor sirvienta en cualquier parte que esté. Un lustrador de zapatos religioso debe limpiar los zapatos mejor que nadie. Si hay un hombre religioso que se dedica a afilar cuchillos, debe cuidarse de nunca arruinar su filo. Ustedes saben que la piedad de los negros en los Estados Unidos es tal que, un negro religioso vale mucho más que cualquier otro y siempre se vende a buen precio; así que a los amos les gustan los esclavos religiosos porque son los hombres que no se rebelan, sino que se someten mansa y pacientemente, y son los hombres que, siendo esclavos, y a pesar de que odian su condición, consideran a Uno que es su amo que está mucho más alto que los demás, y "no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino con corazón sincero," se esfuerzan por servir a Dios.

IV. Y ahora quiero enfatizar con toda la fuerza de que soy capaz, para cada uno de los cristianos que profesan la fe, LA GRAN NECESIDAD DE DAR UN TESTIMONIO UNIFORMEMENTE BUENO CONCERNIENTE A LA RELIGIÓN. Hermanos, me siento persuadido de que si Cristo estuviera hoy aquí, habemos algunos aquí que lo amamos tanto que ofreceríamos nuestra mejilla a los golpeadores, antes que permitir que el sea abofeteado. Uno de los oficiales de Napoleón lo amaba tanto que cuando la bala de un cañón iba a matar al emperador, él se interpuso para morir como un sacrificio por su señor.

Oh cristiano, yo pienso que tu harías lo mismo. Si Cristo estuviera aquí tú te interpondrías entre Él y el insulto, si, entre Él y la muerte. Entonces, yo creo que tú no expondrías a Cristo irresponsablemente; pero recuerda, cualquier palabra imprudente que tú uses, cada acción inconsistente que hagas, pone una mancha en Cristo. El mundo, tú lo sabes, no ve ninguna falta en ti; sólo culpa a tu Señor. Si tú cometes un desliz mañana, ellos no dirán: "Esa es la naturaleza humana de Pedro Pérez;" dirán más bien, "esa es la religión de Pedro Pérez." Ellos saben que no es así, pero lo dirán de esa manera; ellos se asegurarán de poner toda la maldad a la puerta de Cristo. Ahora, si tú puedes sobrellevar la crítica, puedes llevarla de manera viril; pero no permitas que Cristo sea criticado; no permitas que Su escudo de armas sea deshonrado; no permitas que Su bandera sea pisoteada en el polvo.

Luego hay otra consideración. Deben recordar que si hacen lo malo, el mundo se las ingeniará para enterarse. El mundo carga dos mochilas: en la mochila que va en la espalda ellos ponen todas las virtudes del cristiano. En la mochila que llevan al frente ponen todos nuestros errores y pecados. Nunca se les ocurre ver las virtudes de los santos; todo el valor de los mártires, y toda la fidelidad de los confesores, y toda la santidad de los santos no es nada para ellos; pero nuestras iniquidades siempre están ante su vista.

Por favor recuerden que dondequiera que estén, como cristianos, los ojos del mundo estarán sobre ustedes; los ojos de Argos de una generación perversa los siguen a todas partes. Si la iglesia es ciega, el mundo no lo es. Hay un dicho que es muy conocido: "Tan profundamente dormido como una iglesia," y es muy verdadero, pues la mayoría de las iglesias duerme profundamente; pero sería una gran falsedad que alguien dijera: "tan profundamente dormido como el mundo," pues el mundo nunca duerme. A la iglesia le toca dormir. Y recuerden, también, que el mundo usa siempre lentes de aumento para mirar a las faltas del cristiano.

Si un hombre que no hace ninguna profesión de fe, tropieza, ¡oh! no es nada, ni te das cuenta de ello; pero si un ministro lo hace, si un profesante de la fe lo hace, de inmediato sale a relucir el lente de aumento. No es nada en cualquier otra persona, pero es un gran pecado en nosotros. Hay dos códigos de moralidad en el mundo, y está muy bien que así sea. Si profesamos ser hijos de Dios, y tener la gracia de Dios en nuestros corazones, no es incorrecto que el mundo espere más de nosotros que de los demás, de la misma manera que el jardinero espera que sus plantas crezcan mas rápidamente en un invernadero bien equipado, que a la intemperie y expuestas a las heladas. Si nosotros tenemos más privilegios, y más cultura, y hacemos una profesión mayor de fe, debemos vivir de conformidad a eso, y el mundo está en lo correcto al esperar que lo hagamos así.

Debo ofrecerles una reflexión más antes de terminar. Recuerden que, si ustedes no dan un buen testimonio a favor de su religión, un mal testimonio va a borrar una buena parte del buen testimonio. Puede ser que todos los santos de una iglesia sean fieles a Cristo, excepto uno, y el mundo no dará honor a esa iglesia por esa razón; pero dejen que uno solo de los que profesan la fe se desvíe y peque, y ustedes oirán acerca de eso durante mucho tiempo.

Lo mismo ocurre en la naturaleza. Consideren los días en el año. El sol se levanta y brilla sobre nosotros, y ni lo notamos; todas las cosas continúan como siempre lo han sido: las estrellas sonríen dulcemente por la noche, y el día y la noche se suceden quietamente: pero viene un día, un día de rayos y truenos, un día de terremoto y de tormenta, y ese día es colocado en los registros de nuestra historia, que tal y tal día notable, ocurrió esto a tal y tal hora. ¿Por qué no registrar también el día bueno? Pero así es. El mundo notará sólo lo malo.

Ustedes pueden recorrer un país, y pueden observar cien ríos hermosos, como arroyos de plata con esmeraldas entrelazadas, fluyendo en medio de los pastizales. ¿Quién oye el ruido de sus aguas, que fluyen suavemente hacia el mar? Pero por allí está una roca gigantesca y el agua se precipita con violencia desde esa altura; puedes escuchar el ruido a un kilómetro de distancia. Nunca oímos nada acerca del río San Lorenzo, en toda su longitud y anchura; solamente oímos acerca de las Cataratas del Niágara. Y así el cristiano puede fluir en un cauce consistente de vida, sin ser visto, sin que se sepa de él; pero si tiene una caída, con seguridad sabrán de él. Por tanto, estén preparados; su Señor viene. Estén atentos: el enemigo está a la mano en todo momento. ¡Oh, que el Espíritu Santo los santifique plenamente, para que abundéis para toda buena obra, para la gloria de Dios!

Y en cuanto a ustedes que no temen a Dios, recuerden, si los cristianos pecan, eso no servirá de excusa para ustedes. Supongan que un hombre con el que tienen tratos les dice: "Yo te engañé, pero yo nunca te dije que yo era honesto." Ustedes le dirían que es un confirmado tramposo. O si un hombre fuera llevado ante un magistrado, y dijera: "No tiene que mandarme a prisión, yo nunca afirmé que no era un ladrón; nunca dije que no me iba a meter en las habitaciones de la gente y que no iba a robar su comida." El magistrado diría: "Tú hablas con honestidad, pero por tu propia confesión tú eres un gran tramposo, y yo te voy a condenar a cadena perpetua, sin la opción de salir nunca."

No te servirá de nada en el día final, afirmar que nunca hiciste una profesión de querer ir al cielo o de escapar del infierno, o de dejar el pecado y de confiar en Cristo. Si nunca hiciste la profesión de servir a Dios, puedes estar seguro que Él no tendrá que ver contigo. No has hecho ninguna profesión, por lo tanto no se requiere de ningún juicio para ti. ¡Apártate! No hiciste ninguna profesión de amarme, y ahora no tendrás ninguna posesión de mi gloria. Apartate de mí, maldito, al fuego eterno. Que el Señor nos libre de eso, por Jesucristo nuestro Señor.

Sermón predicado la mañana del Domingo 6 de Junio, 1858
En Music Hall, Royal Surrey Gardens, Londres
por Charles Haddon Spurgeon


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