viernes, 7 de septiembre de 2012

La perfección cristiana, sermón de John Wesley


Sermón de John Wesley

(1703 -1791)


Síntesis de la Perfección Cristiana

26. En el año 1764 después de un repaso de todo el tema, escribí el resumen de mis observaciones en cortas propo­siciones como siguen:

1. Existe la perfección cristiana, porque es mencionada vez tras vez en las Escrituras.

2. No se recibe tan pronto como la justificación, porque los justificados deben seguir adelante a la perfección (Hebreos 6:1).

3. Se recibe antes de la muerte, porque San Pablo habló de hombres quienes eran perfectos en esta vida (Filipenses 3:15).

4. No es absoluta. La perfección absoluta pertenece, no a hombres ni a ángeles, sino sólo a Dios.

5. No hace al hombre infalible; ninguno es infalible mientras permanezca en este mundo.

6. ¿Es sin pecado? No vale la pena discutir sobre un término o palabra. Es “salvación del pecado”.

7. Es amor perfecto (1 Juan 4:18). Esta es su esencia; sus propiedades o frutos inseparables son: estar siempre gozosos, orar sin cesar, y dar gracias en todo (1 Tesalonicenses 5:16).

8. Ayuda al crecimiento. El que goza de la perfección cristiana no se encuentra en un estado que no pueda desarrollarse. Por el contrario, puede crecer en gracia más rápidamente que antes.

9. Puede perderse. El que goza de la perfección cristiana puede, sin embargo, errar, y también perderla, de lo cual tenemos unos casos. Pero no estábamos completamente convencidos de esto hasta cinco o seis años ha.

10. Es siempre precedida y seguida por una obra gradual.

11. Algunos preguntan: “¿Es en sí instantánea o no? Al examinar esto vayamos punto por punto.”

Ninguno familiarizado con la religión en la vida diaria puede negar que se ha operado un cambio instantáneo en algunos creyentes. Desde aquel cambio, gozan de perfecto amor. Sienten amor y sólo sienten amor; están siempre gozosos, oran sin cesar y dan gracias en todo. Esto es todo lo que quiero decir con perfección cristiana; por lo tanto, éstos dan testimonio de la perfección que yo predico.

“Pero en algunos este cambio no fue instantáneo. No se dieron cuenta del instante en que se efectuó.” A menudo es difícil percibir el momento en que un hombre muere, sin embargo hay un instante en que cesa la vida. De la misma manera si cesa el pecado, debe haber un último momento de su existencia, y un primer momento de nuestra liberación del pecado.

Alguien dirá, “Pero si tienen este amor ahora, pueden perderlo”. Es posible, pero no están obligados a perderlo. Ya sea que lo pierdan o no, lo tienen en la actualidad; experimentan lo que enseñamos. Son al presente todo amor; gozan, oran y dan gracias sin cesar.

“Sin embargo, el pecado sólo está suspendido en ellos; no está destruido.” Llamadlo como os plazca; son todo amor hoy; y no se apuran por el día de mañana.

“Pero esta doctrina ha sido muy falseada.” Igualmente la doctrina de la justificación por la fe ha sido desfigurada. Pero esa no es una razón para abandonar esta u otra doctrina bíblica. Uno ha dicho: “Cuando bañáis a vuestro hijo, botad el agua pero no botéis al niño.”

“Pero aquellos que piensan que son salvos del pecado dicen que no tienen necesidad de los méritos de Cristo.” Es todo lo contrario. Su lenguaje es: “Cada momento requiero los méritos de tu muerte, Señor.” Nunca antes habían tenido tan profunda e indecible convicción de la necesidad de Cristo en todos sus oficios como la tienen ahora.

Por lo tanto, todos nuestros predicadores deben tener como regla el predicar constantemente la perfección cristiana a los creyentes, de manera persuasiva y explícita; y todos los creyentes deben fijarse en ella y buscarla anhelantemente.


Conclusión


27. He hecho ya lo que me propuse hacer. He dado un relato sencillo y claro de la doctrina de la perfección cristiana, el sentido en que la recibí, recibo, y enseño hasta hoy. He declarado en todas sus partes lo que quiero decir con esta expresión bíblica. He bosquejado a grandes rasgos el cuadro de ella, sin disfraz o engaño. Nótese que esta es la doctrina de Jesucristo. Estas son palabras suyas y no mías: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:48).

Ahora pregunto a cualquier persona imparcial, ¿qué hay de terrible en ella?

¿Por qué todas esas diatribas, que por más de veinte años se oyen por todo el reino, como si el cristianismo hubiese sido destruido y toda religión desarraigada?

¿A qué se debe que el mismo nombre de perfección cristiana haya sido borrado del vocabulario de los cristianos y odiado aun como si encerrara la herejía más perniciosa? ¿Por qué los predicadores de ella han sido tratados como perros atacados de hidrofobia, aun por hombres que temen a Dios y también por los hijos de éstos siendo algunos de ellos hijos espirituales de los predicadores perseguidos? ¿Qué razón hay para esto? Sana razón no hay ninguna. Imposible es que la haya, pero fingiendo sí la hay en abundancia. Hay verdadera razón para afirmar que algunos de los que nos tratan así lo hacen solamente con el pretexto de justificar su manera de proceder desde el principio hasta el fin. Querían y buscaban ocasión contra mí, y en esto encontraron lo que buscaban. “¡Esta es la doctrina del señor Wesley! ¡El predica la perfección!” A esto contesto: Sí, la predica, pero esa doctrina no es más de él que de otro cualquiera que sea un ministro de Jesucristo. Porque esta es la doctrina distintiva del Señor, positivamente de El. ¿Quién ha dicho que no podéis ser perfectos antes de que el alma se separe del cuerpo?

Es la doctrina de San Pablo, de Santiago, de San Pedro, de San Juan; y no sólo del señor Wesley sino de todo aquel que predica el evangelio en su pureza e integridad. Os diré tan claro como me sea posible hablar dónde y cuándo encontré esta doctrina. La encontré en los oráculos de Dios, el Antiguo y el Nuevo Testamento, cuando los leí sin ninguna otra mira que la de la salvación de mi alma. Pero de quienquiera que sea la doctrina, suplico que se me diga: ¿qué hay en ella de malo?

Examinadla detenidamente como queráis. En un sentido es pureza de intención, dedicación de toda la vida a Dios. Es darle a Dios todo nuestro corazón, es decir, el permitir que El gobierne nuestra vida. Es, además, dedicar no sólo una parte, sino toda nuestra alma, cuerpo y bienes a Dios. Bajo otro punto de vista, es tener toda la mente que hubo en Cristo, que nos capacita para andar como El anduvo. Es la circuncisión del corazón de toda inmundicia, tanto interior como exterior. Es una renovación del corazón a la completa imagen de Dios, a la completa semejanza de Aquel que nos crió. Por otra parte es amar a Dios con todo nuestro corazón, y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Ahora estudiadla considerando cualquiera de estos puntos (porque no hay diferencia material), puesto que esta es la perfección cristiana que yo he creído y enseñado por los últimos cuarenta años, desde el año 1725 hasta el 1765.


28. Ahora, presentada la perfección cristiana en su sencillez, ¿habrá quién se atreva a decir que no es correcto amar a Dios de todo nuestro corazón y a nuestro prójimo como a nosotros mismos, o bien en contra de una renovación del corazón, no sólo en parte, sino en toda la imagen de Dios? ¿Quién se atreverá a expresarse en contra de ser limpio de toda inmundicia tanto del cuerpo como del espíritu; o en contra de tener toda la mente que hubo en Cristo, y andar en todas las cosas como El anduvo? ¿Qué hombre que se llame cristiano tiene el valor de oponerse a la consagración, no de una parte, sino de toda nuestra alma como también de nuestro cuerpo y bienes a Dios? ¿Qué hombre serio puede oponerse a que se dé todo el corazón a Dios, y que un solo fin gobierne nuestra vida? Repito, presentada la perfección cristiana tal como es, ¿quién se en­frentaría contra ella? Para poder oponérsele hay que falsearla. Hay que disfrazarla cubriéndola con piel de oso, pues dejándola en su pura nitidez aun los hombres más bárbaros se cuidarían de condenarla.

Pero no importa lo que hagan éstos, que los hijos de Dios se guarden de seguir peleando contra la imagen de Dios implantada en el corazón del hombre. Que se guarden, los que son miembros de Cristo, de decir algo contra el tener toda la mente que hubo en Cristo. Lejos esté de los que viven en Dios el oponerse a la dedicación de toda la vida a El. ¿Por qué vosotros que tenéis su amor derramado en vuestros corazones os resistís a la entrega completa del corazón al Señor? ¿No clama lo más íntimo de vuestro ser diciendo que aún no ama a Dios lo suficiente, el que más le ama? Da pena pensar que quienes desean complacerle tengan otros fines y deseos; pero causa muchísima más pena que algunos vean, como fatal error, o consideren como una abominación a Dios, el tener este único deseo gobernando la vida.

¿Por qué deben tener temor hombres devotos de dedicar su alma, cuerpo y bienes a Dios? ¿Por qué quienes profesan amar a Cristo consideran como error condenable el hecho de que tengamos toda la mente que hubo en El?

Admitimos y enseñamos que somos libremente justificados por la justicia y sangre de Cristo. Y, ¿por qué os encendéis contra nosotros cuando decimos que esperamos de igual manera ser santificados plenamente por su Espíritu? No buscamos favor o apoyo de los que son abiertamente siervos del pecado, ni de los que son simplemente religiosos. Pero vosotros, quienes servís a Dios en espíritu, quienes estáis circuncidados con la “circuncisión no hecha de manos”, ¿cuánto tiempo más durará vuestra oposición contra los que buscan una completa circuncisión del corazón, quienes tienen sed de ser limpios de “toda inmundicia de carne y de espíritu” y de perfeccionar “la santidad en el temor de Dios”?

¿Somos vuestros enemigos porque buscamos completa liberación de esa mente carnal que es enemistad contra Dios? No, somos vuestros hermanos, vuestros colaboradores en la viña de nuestro Señor, vuestros compañeros en el reino y la paciencia de Jesús. Aunque confesamos esto (si somos necios por ello, sobrellevadnos como a necios), nuestro propósito es amar a Dios con todo nuestro corazón y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. En verdad, creemos firmemente que El limpiará de tal manera en este mundo los pensamientos de nuestros corazones por la inspiración de su Santo Espíritu, que le amaremos perfectamente, y ensalzaremos dignamente su santo nombre.


Sermón de John Wesley (1703 -1791)

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